Estaba en la biblioteca estudiando, o aparentando que lo hacía. Me distraía con todo lo que pasaba puesto que mi estado mental aún estaba de vacaciones y mi texto de economía no era nada motivador. La mañana empezó mal, enculada, llena de odio sin sentido. Refugiando mi tristeza no logro controlar mi mal humor. Dos semanas después que Gabriel y yo nos separáramos, seguía pensando en él. Quizá producto de mi angustia, cada detalle que no saliera como quería, podía ponerme verde. Ese día ligó mi bicicleta por estar desinflada. Pero ahí estaba al fin, en la biblioteca aparentando que estudiaba.
De repente apareció una
madre con su hijo en la puerta de la sala de lectura. La puerta hizo su ruido
habitual, lo que, en mi estado de total dispersión, hizo que levantara la
cabeza. Por un momento pensé que iba a ser como siempre: levanto, miro, bajo de
nuevo. Algo llamó mi atención. ¿Me estará pegando la calefacción y me pondrá
nostálgica? No lo entendería nunca, quizá, por qué ese cuadro me recordó mi
infancia. Me detuve unos segundos en la madre, en los ojos de la mujer: debe
tener unos 40 años o menos, pero no aparentaba demás. Su pelo era probablemente
natural ya que el niño que la acompañaba, el cuál deduci que era su hijo, lucía
el mismo tono de rubio.
Era la típica escena madre e
hijo cuando lo llevan a conocer un lugar por primera vez. Quien sabe por qué la
mujer lo trajo ahí. Por los ojos de ella pasaban emociones que solo quienes
observaban en la escena y prestábamos atención, podíamos darnos cuenta. Lo
único que pude deducir era ese dejo de nostalgia que las personas solemos tener
cuando entramos en un lugar donde los recuerdos afloran. Seguro rememoró
sesiones de estudio, la lectura de algún libro y por qué no, si alguna vez se
enamoró. Todo está puesto en una escena que ocurre en cámara lenta. Aunque uno
quisiera que dure para siempre, la magia se rompe, en ese momento, por la
inquietud de su hijo, quien parece querer estar en la plaza que en ese lugar de
tanto silencio, de tanta quietud. Al final la impaciencia gana a la nostalgia y
deciden retirarse. Se escuchó el
particular sonido de la puerta cerrándose y la Biblioteca Argentina volvió a
ser lo que era previo a ese encuentro: sillas corriéndose, tecleo incesante de
quienes habían llevado compus, tapa-destapa fibrones, y, por supuesto, el pasar
de las hojas.
Nadie se dio cuenta de
aquella secuencia que acababa de presenciar, aquel encuentro entre la
nostalgia, la niñez y la presentación de un nuevo mundo.
Volví a meter la cabeza en
el texto, tan distraída como antes, o quizá más. Logré enfocarme en el tema sin
dejar de pensar si existía alguna razón más allá de mis suposiciones acerca de
la razón de la visita de la madre y su hijo. Deseo en lo profundo que aquel
niño pueda darle valor a esta biblioteca y, quizá, cuando tenga sus propios
hijos, venir a mostrarles la sala de lectura y poder agradecer a su madre que
un 18 de Julio cuando él tenía unos 8-9 años lo llevó a esa misma sala donde
ella le mostró un pedacito de su historia sin que él se diera cuenta.